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domingo, 26 de agosto de 2012


Perdidos en el Pacífico

La isla de Christmas, un atolón lejos de cualquier lugar donde recalan cruceristas y amantes de la pesca

La pesca es uno de los atractivos para el turista en la isla de Christmas, perteneciente a la República de Kiribati. /RICK GAFFNEY

En medio de la inmensidad del Pacífico, apenas dos grados por encima del Ecuador, Christmas Island (o Kiritimati) está lejos de todo, pero muy cerca de ser un paraíso. Se encuentra a casi 2.000 kilómetros de Hawai, al Norte; a más de 2.100 de Bora Bora, al Sur; a 5.500 de Los Ángeles, al Este, y a 6.700 de Sidney, al Oeste. Pero no es una isla más, es el atolón con porción de tierra más grande del mundo (lo habitual es que la mayoría de la superficie de estas islas coralinas sean sus lagunas interiores).
En Christmas, la mitad de sus 642 kilómetros cuadrados está sobre las aguas. De momento al menos, porque su futuro, como el de tantos otros atolones, peligra. De hecho, la isla (con unos 5.000 habitantes) ha ido perdiendo poblados. Por ejemplo, uno de nombre bien curioso: París, bautizado por el cura francés Emmanuel Rougier, que vivió en Kiritimati de 1917 a 1939 y fue el responsable de la plantación de casi un millón de cocoteros. Junto a la pesca, los derivados del coco han sido la principal fuente de ingresos, aunque en permanente lucha contra las pertinaces sequías. El agua no cae del cielo, pero sube el nivel del mar.
El submarinismo es otro de los deportes que se puede practicar en la isla de Christmas (Kiribati). / AGE
Los restos de la localidad de París están en uno de los dos brazos de la forma de horquilla que tiene la isla, aunque el oriental se abra con una gran protuberancia. Más abajo se encuentra Poland, aldea de algo más de 200 vecinos cuyo nombre rememora al explorador e ingeniero polaco Stanislav Pelczynski, que ayudó precisamente a los habitantes en el sistema de irrigación de los cocoteros durante las sequías.
En el otro brazo de la horquilla, al Este, está la población más importante, Londres (también debe su nombre a Rougier), la más poblada y donde existe un pequeño puerto al que llegan los botes de los cruceros y mercantes que fondean en aguas más profundas. Llegar a Christmas en crucero es una de las alternativas.
En la punta misma del brazo oriental hay otra aldea, Tabwakea, y bajando ya por el mismo brazo de la horquilla se puede ir al pequeño aeropuerto, Cassidy, que comunica la isla con Honolulú y Fiyi. Allí cerca también se encuentra Banana, el cuarto núcleo habitado con nombre sonoro.
Los apenas 300 kilómetros cuadrados de la isla de Christmas suponen el 70% de la tierra de la República de Kiribati, que en su treintena de islas y atolones ocupa casi 4.000 kilómetros cuadrados de mar. Tarawa, la isla donde se encuentra la capital de Kiribati y que fuera escenario de una famosa batalla durante la II Guerra Mundial, está a 3.200 kilómetros. “Una semana en barco, si no voy en avión”, dice Tekaai, un lugareño.
En Christmas hay coches y furgonetas, pero muchos de sus habitantes van descalzos por donde sea. Si no les afecta la tierra o el asfalto, menos aún los restos de coral que cubren y se mezclan con las arenas de las lagunas. Ello da lugar a un espléndido abanico de tonalidades de agua, pero no a un terreno fácil para caminar.
El prolífico capitán James Cook descubrió la isla de Christmas el 24 de diciembre de 1777 en su tercer viaje por el Pacífico, y el nombre no podía ser otro. Un gran cartel medio oxidado da la bienvenida a Christmas Island exhibiendo una lista de datos geográficos e históricos. Desde su descubrimiento y llegadas posteriores hasta los naufragios, pasando por las pruebas nucleares que hicieron por la zona, sin avisar a los habitantes, entre 1958 y 1962, británicos y estadounidenses. Supuestamente, no quedan restos de contaminación.
foton

Cómo ir

» Air Pacific (www.airpacific.com) vuela una vez por semana (los martes) a Christmas Island desde Fiyi y Honolulú (la misma compañía también vuela a Nueva Zelanda y Estados Unidos). Ida y vuelta desde Fiyi, a partir de unos 400 euros, y desde Honolulú, a partir de unos 530 euros.

» Christmas Island es escala en cruceros por el Pacífico, como los de la compañía Holland America Line.
Información
» Oficina de turismo de Christmas Island (www.kiribatitourism.gov.ki). Ofrece un listado de las posibilidades de alojamiento en la isla y de las empresas turísticas.
» Kiribati Holidays (www.kiribatiholidays.com).
» Otintaai Hotel (www.otintaaihotel.com).
La línea del tiempo
Christmas es singular hasta por la hora. Geográficamente se encuentra al este de la Línea Internacional del Tiempo, lo que la colocaría entre los últimos lugares del mundo que terminan los días, meses y años. Pero eso no ocurre desde 1995 en que tiene la misma hora que el resto de la República de Kiribati, situada al oeste. Así puede presumir de empezar todo antes que en ninguna parte del mundo.
Es una isla especial donde acaban de rechazar la construcción de un centro turístico para evitar la masificación. No hay que confundirla con la Christmas Island australiana, descubierta por otro navegante británico, William Mynor, las Navidades de 1643.

De vuelta al crucero con la marea alta, el Regatta (que desde Los Ángeles había tocado cuatro islas de Hawai), nuestro barco, pone rumbo al Sur para llegar en dos días a Bora Bora y seguir a casi todas las islas de la Sociedad, Raiatea, Huahine, Moorea y Tahití.
Fuente: El País, España.

jueves, 23 de agosto de 2012


Walking the south west coast path wanderland

What could be better after a long day’s hiking than a two-star hotel with a five-star welcome?

By Adam Lee-Potter

Hikers take the clifftop trail to Kimmeridge Bay in Dorset
Hikers take the clifftop trail to Kimmeridge Bay in Dorset

Walking mile after hilly mile in the rain with a gammy leg, the prospect of a two-star hotel, empty but for a grieving family gathered to scatter their granny’s ashes, did not fill me with glee.
When we rang for directions, we were told we still faced two hours of tough yomping, and – worse – that we would be sharing a buffet with the mourners. Visions of two muddy hikers awkwardly trying to blend into a mournful wake sprang up.
Judith, the twinkly co-owner, did her best to calm my fears. “Don’t worry,” she said, “it’ll be a grand buffet. There’ll be meat... not just sausage rolls.”
This did nothing to cheer up my hungry vegetarian friend Reuben.
But our spirits rose when we ­finally tramped in at 9.30pm to find that we had our own little corner table, complete with a bottle of red. And the family were, in fact, incredibly jolly and welcoming. Theirs was more a celebration than a lament. Granny had been 93, a good life lived well.
The food looked promising too. We piled our plates with salmon, smoked trout and a green salad, little realising that our own buffet was yet to come.
Over the next 20 minutes, cook Judith and her chatty husband Kevin barrelled back and forth with plate after plate: shimmering mushrooms, sautéed potatoes, just-so carrots, hunks of beef and chicken curry, prawns and quiche. Apple cake. Cheese. More wine. On it went, a carousel of delight... delicious, honest food at its very best.
Bulstone Hotel in Branscombe
Bulstone Hotel in Branscombe
It is a testament to the preposterously friendly Bulstone Hotel that by the time we left – after a lip-smackingly tasty fry-up of Desperate Dan proportions – we regarded both our fellow guests and owners as new-found chums. They very ­sweetly lined up in the car park to wave us off as we trudged, somewhat reluctantly, towards Cornwall. Our walk, as it must, goes on.
I’ve always been a sucker for a challenge. As a last hurrah before starting a family, my wife and I cycled 15,000 miles around the world. We returned after 18 months, biltong-brown and buff, thighs as big as canoes.
Eight years on and two stone ­heavier, my body is still a temple. But, as a friend waspishly observed: “More like the Taj Mahal – big and round!”
Having had my fill of long-distance cycling, Reuben heroically hit on a plan that involved neither Lycra nor training but, more crucially, ­lashings of real ale.
The two of us are, slowly, walking the South West Coast Path, from ­Sandbanks in Dorset to Minehead in ­Somerset – 630 glorious miles dotted with pubs and divvied up into 16 
long weekends.    

Sandbanks Shell Beach in Dorset
Sandbanks Shell Beach in Dorset
My last hiking experience was very nearly that... my last. In my rush to descend from the high Himalaya for a buffalo steak and bottled Guinness, I opted for a yak-track shortcut that made even passing Sherpas suck their teeth with disapproval. Losing my footing in the half-light, I ended up tobogganing down a sheer cliff on my bottom, my fall broken only by a ­patch of scree that pushed me the last 20ft straight into a river.
The South West Coast Path is much more my kind of walk. All we need to do is keep the sea to our left.
The start of the 630-mile South West Coastal Path
The start of the 630-mile South West Coastal Path

And Reuben is, after all, a head ranger who lives on an island. He understands plumbing. He plays the banjo. He can take a bearing and grow a moustache. He’s even been on a chainsaw course. Aside from such handiness, one of the many joys of walking with Reuben is that, as a National Trust officer, he is (­according to an age-old bylaw) allowed to camp on any beach. Sadly, he has stubbornly refused to invoke this privilege. Nor will he, much to my disappointment, wear a comedy sheriff’s hat, like Andrew Lincoln in The Walking Dead. But I still have 530 miles in which to grind him down.
Fuelled by beer and pummelled by rain, our trek – five days in – has not been wholly without incident.
We have, after misunderstanding the map, walked for a day without food or water, encountering a hermit from Halifax on the way.
But our most recent leg, from Charmouth to Branscombe, was the most painful. The 16 miles took twice as long as they should have because the day before, at my daughter’s sports day, I over-exerted myself in the highly competitive father’s 50-metre dash. To her dismay, I went down with a torn hamstring, in front of the assembled school... not a good look.
My daughter is only now preparing herself to forgive me after I promised, firstly, not to compete next year and, secondly, that I would treat her to a week at the Bulstone. With its four-acre garden studded with toys and the beach just moments away, what more could a child wish for?
In fact, this gem of a hotel, two-star on the outside but five-star within, which I am almost loath to ­recommend, was the surprising highlight of our walk.
As Yorkshireman Kevin said on our departure: “We’ll see you again. After all, we’re friends now.” And you know what? I rather think we are.

Get there

Rooms at the Bulstone Hotel in Branscombe, Devon, start at £90 a night, including breakfast, for two adults and two children.
Go to www.childfriendlyhotels.com or call 01297 680446.
Source: Daily Mirror, UK.

sábado, 18 de agosto de 2012


The tin crowd: Going underground in the mines of Cornwall

Nigel Thompson discovers goes walking in a tin mine, and discovers fabulous views and good food in Cornwall
By Nigel Thompson

Spectacular: The Levant tin mine, part of Devon and Cornwall's rich mining history
Spectacular: The Levant tin mine, part of Devon and Cornwall´s rich mining history

Radio Cornwall was playing Blue Monday by New Order when I turned on the radio in my hire car. It was certainly Monday morning. But it wasn’t blue in Penzance.
No, it was a grey Monday, with the sheeting kind of rain that only the Atlantic coast can deliver.
With the weather due to clear up in the afternoon there seemed only one way to stay dry until it did. To keep the Eighties music theme alive, I was Going Underground.
Tin mining kept Cornishmen in work, grimly dangerous work mind, for centuries, and it was fascinating to visit the National Trust-run Levant mine (£7 entry) near St Just. The chief attraction is the 1840 steam- powered beam engine used to pump water out of the mine. It’s inside a small engine house perched on the edge of spectacular cliffs.
The mine workings went 2,000ft deep and extended 1.5 miles out under the sea, though, thanks to the impermeable rock, my short underground tour was totally dry. Sadly, Levant is best known for a tragedy in 1919 when 31 miners were killed. It never really recovered and finally closed in 1930.
Just to the north-east is the Geevor mine (£9.95 entry), where I was lured to the cafe by the promise of a home-made pasty. I’ve had better at railway stations, but don’t let that put you off... the mine is still worth seeing.
Aug 18 Cornwall PR view from Tregenna
The view from the Treganna Castle Hotel

My base for this trip to the far west of Cornwall was the Tregenna Castle Hotel, set in 72 acres with an 18-hole golf course, woodland walks and a charming walled sub-tropical garden all set on a hill above the harbour town of St Ives.
Besides 80 rooms, the hotel has an extensive range of self-catering properties, including some eye-catching wooden lodges. I was in the very comfortable Bay View apartment which, very handily, can be entered either through the hotel or its own front door.
There’s a well-equipped kitchen and dining/living area, a double en-suite and twin en-suite. You can sit out on a little balcony and drink in a fine view of St Ives Bay (which was now bathed in sunshine, thankfully) with a cup of the complimentary tea.
Beautiful St Ives
Beautiful St.Ives
The centre of St Ives, which really is a lovely town, is a 20-minute walk, starting with a downhill stroll through a steep woodland path. Arriving at the harbour, happily the best vantage point for a photo was by the Sloop Inn and its perilously drinkable Cornish beer and cider. With better planning I’d have arrived at St Ives’ very own Tate Modern (£6.50 entry) while it was actually open to see if there really could be a collection entitled “Shed”.
On the way back, a fortuitous wrong turn meant I found the Sea Food Cafe on Fore Street, where the fabulous haddock, chips and mushy peas for under a tenner and tap water served in a bottle set me up for the return hoof up the woodland walk.
After a perfectly acceptable full English the next morning I pointed the car towards Land’s End (free but £5 car park fee) for my first ever visit to the most westerly point of mainland England.
I’d been hoping for some edge-of-the-world grandeur but instead there’s a godawful theme park style “attraction” with what sounded like Brian Blessed’s voice booming out some tosh about King Arthur. Land’s End? More like Bland’s End. I took a few pictures and left.
The stunning Minack Theatre at Porthcurno
The stunning Minack Theatre at Porthcurno
However, my next discovery was an utter joy. The Minack Theatre (£4 entry) at Porthcurno is a spectacular open-air theatre built in the 1930s on a rocky granite outcrop over the sea. There are regular productions but even a wander round is very impressive, with a glorious view of Porthcurno’s beaches. It’s like the Caribbean with huge cliffs... utterly amazing.
Close by is the Porthcurno Telegraph Museum (£7.20 entry) which tells you in a hands-on way how submarine cable communications were developed in Victorian times.
I’d planned to stop in nearby Mousehole for a wander but parking in the pretty little port is a challenge, to put it mildly. After a stressful hour I gave up and headed back for a very pleasant dinner of Cornish produce at the Tregenna, plus a sampling of local beer.
I could have driven down to Cornwall but there’s another rather special option... the Night Riviera Sleeper train run by First Great Western. It leaves London Paddington at 23.45 (23.50 on a Sunday) and arrives in Penzance at 08.00 (08.49 on a Monday).
It’s not the most modern of rolling stock but compartments are comfortable, air-conditioned with a TV and the service from the crew of Steve, Anne and Jean was impeccable. The sleeper section has a jolly little bar with friendly host Marion and a clubby atmosphere so you can unwind with a nightcap as the train heads out of London.
It would be fair to say there’s a fair bit of noisy clunking at Exeter... I assume from some kind of carriage shunting, but I nodded off again quickly enough and woke up in time for a nice cuppa and a bacon roll.
The return was just as pleasant. After dropping off my hire car with the friendly chaps at Europcar right by the station, I boarded the 10am Cornishman for London.
It’s very civilised catching up with work as the lush Cornish countryside rushes by (wi-fi would be hugely welcome, though).
But the highlight comes once you cross in to Devon on the 1859 Royal Albert Bridge, a magnificent piece of engineering by Isambard Kingdom Brunel.
The high-speed train running right alongside the beach at Dawlish is a genuine thrill, with the carriages so close to the sea you seem to be almost charging through the waves.
It was a memorable way to round off a trip that, as another 80s song goes, was pretty much The Edge of Heaven.

Get there

Rooms at the Tregenna Castle Hotel cost from £165pn for non sea view and £195pn for sea view, dropping to £140 and £170 respectively after September 30. Self catering starts at £700pw on August 25 for 1-bed apartment, dropping to £665pw from September 29. Call:            01736 795254      .
First Great Western advance fares from London to Penzance start at £15 each way, or from £49 for a solo sleeper berth. Call:             08457 000 125      .
Europcar rental from Penzance £18.80 a day based on 7-day prepaid booking in August (Corsa or similar). Website discounts of up to 40% for bookings to the end of August for rentals up to the end of September also available.
Source: Daily Mirror, UK.


viernes, 17 de agosto de 2012


Sarlat: para sibaritas y amantes del arte

Sarlat  es, junto con Rocamadour, uno de los pilares del sudoeste de Francia, entre las regiones de la Aquitaine y Midi-Pyrénées, zona también famosa por su foie gras.

Sarlat. Autor: Cecilia Lutufyan.
Sarlat, igual que antes
Piso puros adoquines, atravieso pasajes, conozco la casa renacentista donde vivió el escritor Étienne de La Boétie, pruebo un licor de nuez, descubro un jardín secreto, subo escalinatas, escucho un concierto de violines frente a la Catedral Saint Sacerdos y me interno en un local que vende patos de plástico y juegos de la oca. Todo lo hago en una mañana caminando entre las paredes color ocre de esta ciudad medieval. 

Sarlat-la-Canéda (tal es su nombre completo) no va a defraudar al sibarita ni al amante del arte. En materia gourmet, la ciudad juega en las grandes ligas, con una cocina bien de terruño. Es famosa por sufoie gras y sus trufas negras, las dos exquisiteces del Périgord Noir (Sarlat es su capital). 
El apreciado hígado de ganso se produce en las granjas cercanas y, de ahí, llega directo a las mesas de todos los restaurantes que lo sirven, ya sea un bistró sin pretensiones o uno galardonado con una o varias estrellas Michelin. Hay tiendas que lo ofrecen hasta el hartazgo y una escultura en bronce dedicada a las sacrificadas aves, en una de sus plazas.
Las trufas solían usarse en cantidad para acompañar las papas à la salardaise (rodajas de papa previamente fritas en grasa de pato), la especialidad local que hay que disfrutar por lo menos una vez sin pensar en el colesterol. Como la trufa se puso cara, ahora las preparan con ajo y perejil.
La ex Iglesia Sainte-Marie, en la Place de la Liberté, es el lugar preciso para curiosear y degustar estos productos. El arquitecto Jean Nouvel intervino el dañado templo gótico en 2002, para convertirlo en mercado y espacio cultural de aire futurista. 
Además de la dupla de lujo foie gras-trufas, se encuentran magret de pato, quesos y nueces (en versión aceite, dulce, crocante o mostaza) entre las dos puertas de acero gigantes que reemplazaron a la fachada y ábside de la iglesia. Una de ellas lleva inscripta, en rojo, una cita de Jean Baudrillard: “La arquitectura es una mezcla de nostalgia y anticipación extrema”. 
Fuera de esta transgresión estética, todos los edificios lucen tal como hace varios siglos, tres por lo menos. Un inmejorable compendio del barroco, gótico y renacentista se aprecia en las fachadas, coronadas por techos de piedras planas. Y esto se debe a André Malraux: en 1962, el intelectual era Ministro de Cultura de Francia y eligió la ciudad para que fuera la prueba piloto de un plan de restauración. 
De hecho, Sarlat es la ciudad europea con mayor concentración de monumentos históricos por metro cuadrado: el Hôtel Plamon, el Teatro Municipal y la Lanterne des Morts (la torre cónica del cementerio), por citar algunos. Si algún director de cine concibiera un film ambientado en la época medieval, podría rodarlo entre estas calles retorcidas y no necesitaría agregar escenografía. 


Auberge de Mirandol. Autor: Cecilia Lutufyan. 

Domme y Marqueyssac
Siempre el pueblo nuevo es más lindo que el anterior, y éste es el caso de Domme. Será porque llego al atardecer, con una luz cálida que hace resplandecer sus muros dorados, porque cuelgan banderines de colores sobre las calles empedradas o porque se distingue, desde su mirador Belvédère, un globo aerostático que sobrevuela el valle de La Dordogne. Como sea, Domme me produce alegría.
Algo parecido me pasa mientras recorro los jardines colgantes de Marqueyssac y su pequeño palacio, a pocos kilómetros de Domme. Julien de Cerval heredó el lugar en el siglo XIX y dedicó los últimos 30 años de su vida a ornamentar y embellecer este parque. Lo hizo porque quería crear una experiencia romántica para quienes se perdieran por estos caminos entre la Roque-Gageac y Beynac. Mandó a plantar 150.000 arbustos de boj, una especie de follaje denso y perenne que soporta muy bien la poda a mano y permitió diseñar sus formas redondeadas. Una linda locura que cinco jardineros se encargan de mantener todo el año. 
Pasear entre estos esponjosos arbustos transporta a un mundo fantástico, como el de Alicia en el país de las Maravillas. Pero en lugar de la oruga o el conejo apurado, esta vez se aparece un pavo real entre los arbustos. El ave arrastra su larga cola con elegancia por uno de los senderos. Le sienta bien el suntuoso parque y se camufla con el verde intenso de los boj. 
Lo persigo hasta el borde de un acantilado. Como se sabe galán, ahí se queda posando, y muestra su plumaje azul brillante. Avanza hacia un balcón de piedra y desaparece de pronto en un vuelo corto, hasta aterrizar en otra terraza cercana. Nunca había visto un pavo real tan de cerca. Menos, uno volando. 
Me quedo un rato contemplando el abismo desde el lugar donde saltó el ave. No me canso de admirar el valle de La Dordogne, con sus castillos de antaño y los frondosos bosques de robles que acompañaron su historia tumultuosa. Ni siquiera hace falta soñar con otra época…también hay magia en este tiempo.

La Roque-Gageac. Autor: Cecilia Lutufyan.


Por Cintia Colangelo.

Fuente: Revista Lugares, Argentina.

miércoles, 8 de agosto de 2012



Fraser Island

La isla de arena más grande del mundo

Por Yahoo! Noticias | El blog editorial – mar, 7 ago 2012




Cuenta la leyenda que el gran dios Beeral envió a su mensajero Yindingie con su ayudante K'Gari a crear el mundo. Hechizada con la belleza de su obra, K'Gari decidió quedarse a vivir en la tierra, por lo que Beeral la convirtió en una hermosa isla de arena, cubierta de árboles, flores y lagos cristalinos; y para que no estuviera sola, la pobló con coloridas aves, ualabíes, dingos y una tribu Butchulla. En la lengua de estos aborígenes, K'gari significa "paraíso".

Hoy llamada Fraser Island, la isla de arena más grande del mundo (1840 Km2), está situada en la costa sur de Queensland (Australia) a unos 200 Km al norte de la capital. Su longitud es de 120 Km y aproximadamente 24 de ancho; y es también el único lugar del mundo en el que las selvas tropicales crecen sobre un complejo sistema de dunas de arena (todavía en evolución) que sobrepasan los 200 metros.

Con más de 350 especies registradas, las aves son la forma de vida más abundante en la isla, sobre todo las zancudas migratorias que descansan aquí durante su largo vuelo entre el sur del país y sus regiones de cría en Siberia. También alberga una fauna única; entre agosto y octubre pueden avistarse ballenas jorobadas, y más de cerca se ven las langostas azules, zorros voladores, zarigüeyas, ualabíes y la raza de dingo más pura de Australia, por lo que está prohibida la entrada de perros para evitar el cruce.


Pero las joyas de esta isla, rodeada de arena blanca y largas playas ininterrumpidas, son sus más de 100 lagos de agua dulce —la segunda concentración más grande del país después de Tasmania. De todos, el más famoso y visitado es el lago McKenzie.

Situado sobre una duna de arena a 100 metros sobre el nivel del mar, con cerca de 150 hectáreas de extensión, más de cinco metros de profundidad, el McKenzie se ha convertido en el paraje natural más popular de la isla. Como una gigantesca piscina natural, es uno de los 40 lagos dunares de agua dulce de la isla (en el mundo hay solamente 80 de este tipo) que se forman cuando la vegetación que crece en una depresión de la duna crea una reserva de agua de lluvia; lo que significa que no hay manantial subterráneo, no es alimentado por arroyos, ni fluye hacia el océano. La arena y la materia orgánica del fondo del lago forman una capa impermeable que evita que el agua de lluvia se drene. Su arena blanca es sílice puro, y no solo es otra pincelada del espectacular escenario, sino que actúa como un filtro, dándole al agua tan increíble transparencia.

Como Uluru, Kakadu y la Gran Barrera de Coral, Fraser Island es fue declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en 1992, en reconocimiento de sus valores naturales.