Sarlat: para sibaritas y amantes del arte
Sarlat es, junto con Rocamadour, uno de los pilares del sudoeste de Francia, entre las regiones de la Aquitaine y Midi-Pyrénées, zona también famosa por su foie gras.
Sarlat. Autor: Cecilia Lutufyan.
Sarlat, igual que antes
Piso puros adoquines, atravieso pasajes, conozco la casa renacentista donde vivió el escritor Étienne de La Boétie, pruebo un licor de nuez, descubro un jardín secreto, subo escalinatas, escucho un concierto de violines frente a la Catedral Saint Sacerdos y me interno en un local que vende patos de plástico y juegos de la oca. Todo lo hago en una mañana caminando entre las paredes color ocre de esta ciudad medieval.
Sarlat-la-Canéda (tal es su nombre completo) no va a defraudar al sibarita ni al amante del arte. En materia gourmet, la ciudad juega en las grandes ligas, con una cocina bien de terruño. Es famosa por sufoie gras y sus trufas negras, las dos exquisiteces del Périgord Noir (Sarlat es su capital).
El apreciado hígado de ganso se produce en las granjas cercanas y, de ahí, llega directo a las mesas de todos los restaurantes que lo sirven, ya sea un bistró sin pretensiones o uno galardonado con una o varias estrellas Michelin. Hay tiendas que lo ofrecen hasta el hartazgo y una escultura en bronce dedicada a las sacrificadas aves, en una de sus plazas.
Las trufas solían usarse en cantidad para acompañar las papas à la salardaise (rodajas de papa previamente fritas en grasa de pato), la especialidad local que hay que disfrutar por lo menos una vez sin pensar en el colesterol. Como la trufa se puso cara, ahora las preparan con ajo y perejil.
La ex Iglesia Sainte-Marie, en la Place de la Liberté, es el lugar preciso para curiosear y degustar estos productos. El arquitecto Jean Nouvel intervino el dañado templo gótico en 2002, para convertirlo en mercado y espacio cultural de aire futurista.
Además de la dupla de lujo foie gras-trufas, se encuentran magret de pato, quesos y nueces (en versión aceite, dulce, crocante o mostaza) entre las dos puertas de acero gigantes que reemplazaron a la fachada y ábside de la iglesia. Una de ellas lleva inscripta, en rojo, una cita de Jean Baudrillard: “La arquitectura es una mezcla de nostalgia y anticipación extrema”.
Fuera de esta transgresión estética, todos los edificios lucen tal como hace varios siglos, tres por lo menos. Un inmejorable compendio del barroco, gótico y renacentista se aprecia en las fachadas, coronadas por techos de piedras planas. Y esto se debe a André Malraux: en 1962, el intelectual era Ministro de Cultura de Francia y eligió la ciudad para que fuera la prueba piloto de un plan de restauración.
De hecho, Sarlat es la ciudad europea con mayor concentración de monumentos históricos por metro cuadrado: el Hôtel Plamon, el Teatro Municipal y la Lanterne des Morts (la torre cónica del cementerio), por citar algunos. Si algún director de cine concibiera un film ambientado en la época medieval, podría rodarlo entre estas calles retorcidas y no necesitaría agregar escenografía.
Auberge de Mirandol. Autor: Cecilia Lutufyan.
Domme y Marqueyssac
Siempre el pueblo nuevo es más lindo que el anterior, y éste es el caso de Domme. Será porque llego al atardecer, con una luz cálida que hace resplandecer sus muros dorados, porque cuelgan banderines de colores sobre las calles empedradas o porque se distingue, desde su mirador Belvédère, un globo aerostático que sobrevuela el valle de La Dordogne. Como sea, Domme me produce alegría.
Algo parecido me pasa mientras recorro los jardines colgantes de Marqueyssac y su pequeño palacio, a pocos kilómetros de Domme. Julien de Cerval heredó el lugar en el siglo XIX y dedicó los últimos 30 años de su vida a ornamentar y embellecer este parque. Lo hizo porque quería crear una experiencia romántica para quienes se perdieran por estos caminos entre la Roque-Gageac y Beynac. Mandó a plantar 150.000 arbustos de boj, una especie de follaje denso y perenne que soporta muy bien la poda a mano y permitió diseñar sus formas redondeadas. Una linda locura que cinco jardineros se encargan de mantener todo el año.
Pasear entre estos esponjosos arbustos transporta a un mundo fantástico, como el de Alicia en el país de las Maravillas. Pero en lugar de la oruga o el conejo apurado, esta vez se aparece un pavo real entre los arbustos. El ave arrastra su larga cola con elegancia por uno de los senderos. Le sienta bien el suntuoso parque y se camufla con el verde intenso de los boj.
Lo persigo hasta el borde de un acantilado. Como se sabe galán, ahí se queda posando, y muestra su plumaje azul brillante. Avanza hacia un balcón de piedra y desaparece de pronto en un vuelo corto, hasta aterrizar en otra terraza cercana. Nunca había visto un pavo real tan de cerca. Menos, uno volando.
Me quedo un rato contemplando el abismo desde el lugar donde saltó el ave. No me canso de admirar el valle de La Dordogne, con sus castillos de antaño y los frondosos bosques de robles que acompañaron su historia tumultuosa. Ni siquiera hace falta soñar con otra época…también hay magia en este tiempo.
La Roque-Gageac. Autor: Cecilia Lutufyan.
Por Cintia Colangelo.
Fuente: Revista Lugares, Argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario